Escribir mucho para burlar la muerte

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    Si la universalidad de una fecha hace justicia a la condición humana, sin dudar los hispanoparlantes tenemos sobrados motivos, éste y todos los 23 de abril, para celebrar el Día del Idioma. En homenaje a Miguel de Cervantes Saavedra se la ha instituido, reconociendo no sólo a su obra cumbre El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha -con la que inauguró la novela moderna- sino a su vastísima producción literaria, que incluye también novelas cortas y piezas teatrales.

    Cervantes honró al lenguaje con procedimientos novedosos para la época. Sus ficciones rompieron cánones obsoletos, como los de la novela de caballería, que tanto y tan bien parodia. A través de ellas se adentró en la exploración de nuevos formatos narrativos, mediante los cuales ofrece una mirada de hechos y circunstancias de su tiempo, que con creces trascienden la época y los avatares de sus personajes. Don Quijote, Sancho Panza y las criaturas que episódicamente van apareciendo en los distintos capítulos se enfrentan a conflictos y situaciones en cuya resolución fijan sus posicionamientos éticos. Así, pueden acordar o disentir desde la diversidad de la condición humana y sortear todas las situaciones a medida que van andando o, lo que es decir para nosotros lectores, simplemente viviendo. Simbolizando en la pareja protagónica la locura y la cordura, Cervantes pone en contrapunto a la sabiduría de los libros con el sentido común y la intuición de la gente de pueblo. Desde la ficción propone una perspectiva vital cuya actualidad y hondura trascienden al paisaje manchego y a las circunstancias de su tiempo.

    Gracias a la palabra que circula, el mundo de Don Quijote y de Sancho va poniéndose en lugar y, a su aire, se acomoda. Sí; es la palabra la que traduce sentimientos, pone límites y sentencias a las situaciones que lo necesitan, posibilita la evolución y crecimiento de las humanidades que abraza. Si no, ¿cómo podemos explicar que, en el final de la obra, Don Quijote se haya vuelto más realista que Sancho y sea éste quien ha quijotizado su mundo e insista en sueños, emociones y proyectos?

    En nuestra Ciudad Cervantina de la Argentina, y a propósito del Día del Idioma, creemos que también es oportuno hablar de dos de sus hijos que eligieron entramar mundos a través de la palabra.

    Gladys Edich Barbosa Ehraije y Roberto Glorioso crecieron, sintieron y escribieron en Azul. Además de amigos entrañables, fueron nuestros poetas: los que en las décadas del 70, 80, 90 y adentrado el nuevo milenio pusieron en tensión a la palabra que busca ser bien dicha para lograr, mediante la síntesis poética y el rigor de la escritura –cuidada, constante, agónica a veces- plasmar un mensaje que despliega múltiples significados en el camino de la belleza y la armonía. El 21 de enero de este año, en la ciudad que amó y donde echó raíces, falleció Gladys. Este 20 de abril se cumplió el cuarto aniversario de la partida de Roberto.

    Como alguna vez lo dijo Gabriel García Márquez, escribir mucho es una de las pocas maneras que tenemos los humanos de burlar la muerte.

    En cada verso, en cada libro publicado, en las plaquetas y antologías compartidas, Gladys y Roberto siguen diciendo el dolor, el amor, el miedo y las angustias vitales. Quizá la forma más acabada de eternidad que abarquemos, pueda parecerse a eso que nos dejaron en tantas páginas, jugando con los silencios del blanco de la hoja y asestando golpes de tinta para no olvidar.

    Recordarlos, juntos y hoy, es un modo de imitar en algo esa pasión que abrazaron, con la que hicieron de la palabra el instrumento que teje las mejores tramas. Vaya entonces este recurso para ofrendarles gratitud y honrar su legado.

     

    Colaboración: Adriana Abadie y Luis Librandi