RECORDANDO A ANA MARÍA NASELLO:
UN CIELO PARA BEBER Y CELEBRAR LA VIDA
El 19 de septiembre de hace un año fallecía Ana María Nasello, maestra y mujer comprometida con los derechos humanos y las causas sociales que sobre todo afectan a los más desprotegidos. Fue referente de la Asociación El Grito de los Excluidos. Hace muchos años integró el Taller Teatral Municipal de Azul. Después siguió brindando apoyo y presencia al Equipo Delta, sosteniendo vínculos y cultivando lazos de cálida amistad. Edelmiro Menchaca Bernárdez, amigo personal y actual director artístico de la mencionada agrupación escénica, homenajea su memoria a través de la creación del “Programa Otoño Azul Comunidad” y le dedica las siguientes palabras:
“Del vientre de mi madre vengo y al vientre de mi madre vuelvo”. Así me dijiste aquella noche a partir de la cual, bien lo sabías, emprendías el camino a la casa verdadera, a la de la tierra, a la del aire, a la de la luz. Aquella noche, casi un mes antes de que abrieras la puerta definitiva hacia la libertad del alma, comencé a comprender algunas de aquellas cosas trascendentes que se nos escurren poseídos por la cotidianeidad donde arrastramos nuestra pobreza de prejuicios a codazos.
Mi dificultad para aprehender palabras que no se pueden traducir en su primer significante y mi lentitud para captar certeramente lo inmediato me protegieron del impacto. Era justo yo, con mis alas pesadas, uno de los nombres que Dios te señalaba en el intenso vendaval que te envolvía. Estabas de pié con el dolor como muleta y me envolviste con tu verbo urgente y mirada inquieta absolutamente convencida de que habías llegado a tiempo al puerto justo. Los detalles se diluyen por la contundencia del momento que no tendrá otra oportunidad de completarse pero que traza paso a paso la nítida profecía. Tu voz inundaba mi corazón llenándolo sin peso, sin permitirle zozobrar en la angustia ni otras oscuridades previsibles. Lo demás fue caminar para tomar el picaporte. Yo, el de la casa material intentando comprender signos y consignas, traspasando y derribando convenciones en segundos, acercándome a un amanecer sereno y crepitante. Vos, el de la casa inmaterial, la sólida, la que libera de todo padecimiento corporal para vislumbrar la madrugada sempiterna, la que vislumbrabas, la que ya sabías.
El día 19, en mes de primavera, cruzaste el umbral. Abriste los brazos, chispeó más que nunca tu mirada clara, una brisa persistente onduló tu cabello largo y tu pollera ancha. Tu valija de viaje, liviana valija, se abrió de repente y derramó sólo palabras de esperanza, de justicia, de unidad en una diversidad que sólo admitía diferentes colores, mariposas y flores.
Del otro lado, de éste, quedaron tu dolor, tu pena, tu lucha, tus gritos y excluidos. Cuando se sobrevuela la luz toda explicación es inútil e inasible.
Lentamente, amiga, fui comprendiendo mucho más de lo que creía aquella noche. Tu ceibo florece en fuego, espinas y heridas, maternidad sin parto, fuerza, despojo, es ceniza lo tangible. Nada quiero explicar, porque sólo entiendo que no hay que juzgar lo incomprensible, porque las convicciones, la propia libertad, las sonrisas y las lágrimas, tienen un cielo propio que simplemente hay que beberlo y celebrar la vida.
EN LA FOTO: Mural ubicado en las calles Roca y Alberdi que la artista Melina Oiz dedicó a Ana María Nasello.